Trosky en Andalucía

AL MARGEN DE UN LIBRO
Yo soy el responsable de la vuelta a Rusia de León Trotzky

La rotunda afirmación del precedente título ha de parecer a muchos algo así como una arrogancia periodística o el aprovechamiento de una oportunidad para dedicarme un bombo mayúsculo. Puede ser que tenga un poco de gesto esta actitud irreprimible, casi violenta, nerviosa, que, apoderándose de mí a la terminación de la lectura de la obra de Trotzky, El triunfo del bolchevismo, me impulsa a escribir unas cuartillas que vayan a pedir hospitalario asilo en las columnas de este implacable y moderno periódico. Pero, más que al deseo de mostrarme gallardo e intuitivo, obedece mi apasionamiento instantáneo al afán humano, aunque peligroso, de recoger con tristeza inconsolable el olvido en que mi amigo Trotzky me ha dejado en su libro, y que voy a explicar.
En Noviembre de 1916 conocí a Trotzky en Cádiz. Lo vi una tarde paseando por el muelle Reina Victoria, bajo la custodia de un policía. Llamó mi atención su figura, algo exótica, de extranjero, su andar pausado de hombre pensativo, y pregunté:
-¿Quién es ese señor a quien usted sigue?
-Es un famoso anarquista ruso –contestó el policía- que va a América expulsado.
-¿Puedo hablar con él?
-No sabe el español. El alemán creo que es el idioma que habla mejor. En la Inspección de Vigilancia ha sido su intérprete el señor Unger.
-¿Dónde se hospeda?
-En el Hotel de Roma.
Seguidamente fui a visitar al señor Unger (a quien no conocía) y a rogarle que me presentara a Trotzky y me sirviera de intérprete, con objetivo de hacer una información en el periódico que yo dirigía, si resultaban interesantes las manifestaciones del extranjero.
Aquella misma noche fui presentado. Me recibió, acompañado del intérprete, en su habitación del hotel. Me esperaba, y, sin duda, había aliñado su indumentaria y ordenado los libros y papeles. Me saludó estrechándome la mano y doblando el alto y esbelto cuerpo en una inclinación elegante, afectiva y afectuosa.
-'¡Collégue!'- exclamó tan solo.
Nos sentamos. Sobre la mesa aparecía un número de ABC, abierto por la página en que se hallaba impreso un artículo de 'Azpeitúa'. Al lado vimos un voluminoso diccionario. Sorprendimos a Trotzky, pues, cuando lentamente, consultando las palabras y vertiéndolas a no sabemos qué lengua, leía en un periódico español las opiniones de un caracterizado germanófilo.
La 'interview' que celebramos fue extensa, detallada, escrupulosa. Yo hacía las preguntas al señor Unger, este y Trotzky hablaban largamente en alemán y cuando quedaba bien aclarado el extremo, yo anotaba al dictado del intérprete.
Ahora he tenido la satisfacción de ver comprobadas en el libro El triunfo del bolchevismo las referencias que yo publiqué en mi periódico dos días después de la primera entrevista que tuve con Trotzky.
El colega ruso me refirió su triste odisea a través de Rusia, Austria, Francia y España, lamentándose de su prisión en Madrid y de que la Prensa de
la corte se hubiera limitado a dar la noticia de la detención, calificándola vulgarmente, por reflejo de las notas facilitadas en la Dirección de Seguridad, de un peligroso anarquista o nihilista ruso.
Después, contestando a preguntas mías, habló Trotzky como actuante en la revolución de su país, en 1905; de su estancia en Viena; de sus libros y propagandas; del periódico de Petrogrado Kieoeskaja Mysl (en el que figuró como enviado especial); de sus ideas pacifistas, vigorosamente defendidas en París por medio del periódico Nuestra Palabra.
Realmente, me pareció Trotzky un hombre excepcional, creí en la firmeza de sus convicciones, en la emoción de sus palabras, en la amargura profunda de su d
olor. Aquella mirada firme de sus ojos azules, fijos bajo los gruesos cristales de los lentes, tenía un fulgor extraño, un poder casi hipnótico. La espesa cabellera rubia, salpicada ligeramente de fibras blanquísimas, peinada hacia atrás y dejando al descubierto una amplia frente tersa y ligeramente oblicua, realzaba con cierta grandeza la figura del perseguido.
Como él mismo refiere en su libro, Trotzky estaba destinado a embarcar para la Habana. Protestó de ello ante el Gobierno, más no se le hacía caso. Yo fui a ver al Gobernador Civil de Cádiz, que a la sazón lo era el señor Sánchez Anido, y le expliqué el erro
r en que estaba el Gobierno y la injusticia con que se pretendía proceder. En igual sentido hablé al jefe de la policía. Publiqué en mi semanario dos artículos –que traté de que resultaran conmovedores- llamando la atención del ministro de la Gobernación acerca del caso. Todas estas gestiones me consta que inclinaron al Ministro a poner en duda las confidencias de la parisién.
Escribí a Trotzky enviándole mi periódico y preguntándole si creía que mis gestiones darían resultado favorable. Me contestó con una carta que conservo, de la cual son estos párrafos.
'En cuanto yo puedo juzgar de la situación yo soy muy pesimista, por lo que respecta al resultado y no quiero ocultarle mi opinión.'
'Bajo la influencia de la Policía francesa la española ha cometido una pifia, y ahora se le hace cuestión de honor reconocer su yerro.'
Mis informes eran bien distintos a los de Trotzky. Y, efectivamente, pocos días después, cuando ya estaban en Cádiz la bella y elegante esposa de Trotzky y sus hijos, todos ellos embarcaban, libertados, para dirigirse a Nueva Cork. De haber seguido a la Habana, país menos liberal que Norte América, Trotzky no hubiera podido repatriarse. Desde Nueva Cork –aún los Estados Unidos no habían entrado en la guerra- le fue fácil la vuelta a su país.
A los pocos meses, León Trotzky llegaba a R
usia y realizaba la asombrosa labor histórica que generaciones futuras, y que yo creí muy posible una noche de Noviembre de 1916, en aquella modesta habitación del Hotel de Roma, en Cádiz, después de observar con atención y extrañeza a mi colega ruso.
Yo soy, por tanto, yo, el que abajo firma con su habitual pseudónimo el único periodista español que se acercó a Trotzky para consolarse en sus desdichas; el único que le creyó capaz de realizar un futuro portentoso; el único amigo suyo, ¡su pobre e innominado protector!
¿Por qué Trotzky no me ha citado en el pasaje de su libro, dedicado a su estancia en Cádiz?
Ha tenido una razón. Razón que explicaré cualquier día.
JUACARO
Fuente: Andalucía, nº 185, 31/Marzo/1920
Hotel Roma en Cádiz, actual Edificio Roma en la Avenida de Ramón de Carranza, que alberga el Registro General de la Diputación Provincial.