Blas Infante: el andaluz ideal
Discurso leído el 6 de julio de
2015 en el Real Alcázar de Sevilla, con motivo del 130 aniversario del
nacimiento de Blas Infante, en el acto institucional organizado por el
Ayuntamiento de Sevilla y la Fundación Blas Infante.
A la memoria en calma de José
Luis Lozano,
Cineasta andaluz.
Hermanas y hermanos andaluces:
Hace 100 años que se publicó “El
ideal andaluz” y hace 130 que nació “el andaluz ideal”: Blas Infante. Ideal por
maldito. Él mismo llegó a decir que “sin ser leído, seré despreciado”. Y amado,
me atrevería añadir. A Blas Infante igual se le descuartiza como un cerdo de
matanza que se le venera como al cuerpo incorrupto de un santo. Y en ambos
casos, se le ama o se le odia, por maldito. Por ignorado. Por desconocido. Por
revolucionario. Por miedo a la verdad. A su verdad que es la nuestra.
No hay nada más peligroso que la
verdad cuando a nadie interesa escucharla. La verdad nos divide entre quienes
huyen de ella y quienes merecen el castigo de encontrarla. Dice Jesús en el Evangelio
de Tomás: “Quizá piensan los hombres que he venido a traer paz al mundo, y no
saben que he venido a traer disensiones sobre la tierra: fuego, espada, guerra.
Pues cinco habrá en casa: tres estarán contra dos y dos contra tres, el padre
contra el hijo y el hijo contra el padre. Y todos ellos se encontrarán en
soledad”. Fue Blas Infante quien padeció esta soledad política a lo largo
de su vida, como “Un enemigo del pueblo” de Henrik Ibsen, producto del
malditismo que enferma a quienes no se someten a más servidumbre que la verdad
y la libertad. Blas Infante siempre fue libre. Decía que por encima de todos
los estados políticos del ser humano, su estado natural es la libertad. Y
siempre dijo la verdad sobre la memoria andaluza que se le iba paulatinamente
revelando. Hasta que él mismo se hizo Andalucía Libre. Sólo entonces dejó de
ser maldito para convertirse en el elegido por quienes lo maldecían.
Ocurrió el 5 de julio de 1936. A
la mañana siguiente, tal día como hoy, la portadas de los periódicos andaluces
amanecieron con la arbonaida y el nombramiento de Blas Infante como “Presidente
de Honor de la Comisión Ejecutiva pro-Estatuto”. No pudo tener mejor regalo de
51 cumpleaños que ser reconocido como “el andaluz ideal”. Blas Infante no
militaba ni quería pertenecer a partido político alguno porque militaba en el
pueblo mismo. Él era Andalucía. Fermín Requena llegó a escribir al
respecto que “Blas Infante agiganta su personalidad a través del tiempo.
Andalucía puede muy bien decirse que es él, e ir contra él, es ir forzosamente contra
Andalucía”. Por eso el 5 de julio de 1936 constituye su nacimiento
político. Y su condena a muerte.
Andalucía es paradójica. Está
hecha de memoria y libertad. Pero para sobrevivir, los andaluces hicimos de
nuestra memoria olvido y de nuestra libertad sumisión. Olvidamos recordando y
acatamos libremente. No queremos que nos recuerden cuando fuimos libres para no
volver a ser reprimidos por ello. Y lo entiendo. Pero no lo consiento. Por eso,
quien reivindica con justicia la memoria y la libertad en Andalucía se
convierte en un ser admirablemente peligroso. Como Blas Infante.
Motamid decía que “la prudencia
consiste en no ser prudente”. Blas Infante acató hasta su muerte el mandamiento
del rey poeta de Sevilla, la única razón por la que este Alcázar merece
llamarse Real. Y revindicó su memoria andalusí en plena guerra de España contra
Marruecos, lo que le costó no poder representar su obra en vida por maldito.
Revindicó los Centros Andaluces como espacios de radicaldemocracia, almas
políticas sin cuerpo, lo que le costó su cierre y su exilio interior durante la
maldita dictadura de Primo de Rivera. Reivindicó la reforma agraria mediante la
desposesión de las fincas improductivas, lo que le costó el odio de los
malditos terratenientes. Reivindicó el origen etimológico y social de lo
flamenco en el trauma de los andaluces malditos porque se negaron a irse y a
dejar de serlo, y todavía hoy sigue siendo un maldito para los académicos que
creen que las lenguas y las culturas se derogan como las leyes. Reivindicó la
verdad sobre el complot de Tablada contra los malditos que lo utilizaron contra
el Estado Libre de Andalucía. Reivindicó el reconocimiento de Andalucía como
pueblo cultural cuando se estaban inventando los malditos Estados-Nación para
repartirse Europa y provocar después la maldita guerra mundial.
Reivindicó la dignidad de la política para condenar el hambre que seguía
maldiciendo Andalucía durante la República…Y a fuerza de decir verdades como
puños, terminaron empuñando un fúsil para callarlo.
Respeto que recordemos
institucionalmente la fecha del nacimiento de Blas Infante, pero sería
imperdonable que Andalucía olvide la fecha de su asesinato. Por eso exijamos a
todas las fuerzas políticas que representan a la ciudadanía andaluza para que
asistan al acto en que su propia hija evoca el recuerdo de su muerte en el
mismo lugar y en la misma fecha en que lo asesinaron. Aunque sólo sea para no
ser ingratos y devolver un átomo de la memoria y la libertad que ahora
disfrutamos y por la que él dejó su vida.
Por eso creo de justicia recordar
hoy, precisamente hoy, el día que nació políticamente Blas Infante. A pesar de
la importancia simbólica de la presentación del Ideal Andaluz en el Ateneo de
Sevilla, o de las Asambleas de Ronda y Córdoba, no me cabe duda que la fecha de
su alumbramiento político se corresponde con el 5 de julio de 1936. Decía
Miguel Hernández, el poeta miliciano que llegó a encontrarse con en el
mismísimo Franco cuando estuvo escondido en este Alcázar, que con el asesinato
de Federico García Lorca había muerto una Nación de poesía. Con Blas Infante
cometieron la misma infamia. Y la misma torpeza. Porque ambos murieron antes de
tiempo para no morir nunca. Como las estrellas que siguen brillando en el
firmamento aunque hace miles de años que se apagaron para siempre.
Blas Infante se hizo Nación el
día en que fue elegido “Presidente de Honor de la Comisión Ejecutiva
pro-Estatuto”. Nación es otra palabra tan hermosa como maldita. Deriva del
verbo nacer. En consecuencia, no hay Nación sin parto. Los pueblos se
convierten en Nación cuando se postulan políticamente a sí mismos y son
reconocidos así por los demás. El parto nacional por excelencia fue la
revolución francesa. Y el parto más luminoso del pueblo andaluz ocurrió el 4 de
diciembre de 1977. Poco importa que después la nación quiera o no convertirse
en Estado. Nación es a Estado lo que vientre a barriga. La nación es vida
porque nace de una memoria colectiva que se reivindica y se reconoce. El
Estado, por el contrario, es una estructura de poder, fría como un cadáver, que
puede componerse de una, varias o de ninguna nación. Lorca y Blas Infante eran
naciones porque estaban hechos de vida y la entregaron por los demás. Federico
era una nación de poesía. Y Blas Infante, Andalucía.
Andalucía y Blas Infante son
conceptos inseparables. La Fundación que lleva su nombre nació con el
compromiso de velar por el capital simbólico de quien se dejó la vida por
Andalucía. Y creo que lo ha cumplido con dignidad hasta la fecha. De ahí que su
desaparición sea imperdonable. Yo intentaré que eso no ocurra porque jamás me
lo perdonaría. Y confío en que las instituciones andaluzas tampoco lo permitan
porque jamás se lo perdonaría la Historia ni el Pueblo andaluz. Cuando
decidieron matar a Blas Infante buscaban matar Andalucía. Y fracasaron. Dejar
morir a la Fundación que lleva su nombre equivale a dejar morir su memoria. Y
fracasarán quienes lo intenten o lo consientan.
Porque ahora necesitamos de nuevo
de su palabra y su obra. Precisamente ahora que vivimos una segunda transición
en Andalucía, en España y en Europa. Decía Blas Infante, como si lo hubiera
escrito ayer de madrugada, que “No envejeció nuestra ideología sino su capa, el
eufemismo. La timidez natural de los tremendamente y secularmente castigados.
Nuestra renovación ideológica ha de consistir, principalmente, en ofrecer desde
ahora nuestras aspiraciones al desnudo. Ya es hora de hablar claro:
quiebra de Europa y quiebra de España tradicional. Es la hora.”
Así es. Hablemos claro. Es la
hora. La quiebra de la Europa de los mercaderes y la austeridad es una
evidencia tras el alegato democrático y social del pueblo griego. Y la quiebra
de la España tradicional, una evidencia que se intenta esconder a la gente como
si fuera ciega o imbécil. Transición en política equivale a lo que en física y
química llaman cambio de estado. La materia modifica su aspecto pero no su
composición. Algo similar ocurrió durante la primera transición en España.
Alteramos la forma del Estado sin tocar los fundamentos del nacional-catolicismo
que se contienen en su escudo: cruz, corona y poder territorial. La transición
confesional se cerró mediante un acuerdo económico y urgente con el Vaticano.
La monárquica, aceptando la designación franquista. Y la territorial, sentando
a los nacionalistas conservadores vascos y catalanes en la mesa constituyente.
Un plan que dinamitó el pueblo andaluz.
La abdicación de Juan Carlos y la
simbólica muerte de Suárez, han cerrado la primera transición para abrir las
puertas a la segunda. La inercia del nacional-catolicismo intentará que los
tres elementos del escudo de España permanezcan inmutables sin consultar a la
ciudadanía. Pero la gente se ha cansado de ser ignorada y está reivindicando su
legítimo derecho a participar en este proceso. Sabe que transigir y transitar
son dos verbos distintos. Y quiere conjugarlos en primera persona del plural. A
pesar de ello, la transición monárquica ya se ha resuelto desoyendo el clamor
de calles y plazas. Lo mismo está pasando con transición la confesional al intentar
que no hablemos del mayor escándalo inmobiliario de la historia, con miles de
apropiaciones inconstitucionales por la jerarquía católica, desde la
andalucísima Mezquita de Córdoba a todo género de monumentos, locales, fincas,
caminos o plazas públicas. Mucho más trabajo les costará dar la espalda a la
gente en la transición territorial. Al menos, en el primer envite. El derecho a
decidir se ha somatizado en la conciencia mayoritaria del pueblo catalán y
contra ella no pueden disparar los tanques. Pero a diferencia de aquella
primera transición, ¿dónde está Andalucía?
Es la hora de recuperar la voz de
Infante en el “Manifiesto a todos los andaluces” y en sus intervenciones en
radio o en los balcones de Cádiz o Sevilla izando la arbonaida, cuando ya era
reconocido unánimemente como nación humana, encarnada en el andaluz ideal.
Aquel contexto político era el de una república federable. Sin duda, ahí radica
la clave para el futuro. Ante una más que probable reforma constitucional o
proceso constituyente, como entonces, nuestra bandera republicana será la
blanca y verde, y como entonces, abierta a la federación con otros pueblos del
Estado. Aquella autonomía contra los privilegios que pedía Blas Infante en
1936, abortada con su asesinato y el de la Segunda República, la conseguimos
por derecho propio y para exigir justicia social. Sin duda, la hazaña más
radiante del pueblo andaluz en su historia moderna. El reconocimiento de
Andalucía como sujeto político tiene el rango simbólico de autodeterminación
nacional. Y su Estatuto de Autonomía, rango constitucional en un proceso
federativo. Porque tanto nuestro reconocimiento político como nuestra norma
fundamental precisaron de la aprobación popular mediante referéndum. No fue la
decisión del gobernador de una colonia, sino la expresión fundacional de un
pueblo libre. En consecuencia, el pueblo andaluz debe considerar como traición
histórica y democrática la renuncia de un milímetro al máximo nivel de
autonomía y competencias que conseguimos. Por eso es imprescindible que ante la
ausencia de un andaluz ideal como Blas Infante, nos defienda una legión de
andaluces con ideales en esta segunda transición que se nos avecina. Y si la
memoria de Andalucía, como la de Blas Infante, está hecha de Vida gritemos
Viva, y si está hecha de Libertad gritemos Libre:
¡Viva Andalucía Libre!